Hoy en día, en nuestro mundo cómodo y poco transgresor, se establece un desequilibrio cada vez mayor entre lo cercano y lo lejano. Estos dos conceptos son muy subjetivos, donde cada uno lo entendemos según nuestros propios valores, nuestra historia personal y nuestra forma de ser.

Diferentes autores explican lo que yo entiendo por lo lejano. Destacan el sociólogo Zygmunt Bauman con su ya archiconocida explicación acerca de las sociedades líquidas, donde hay un exceso de velocidad en la percepción de la información, una excesiva velocidad al contactar las emociones que sentimos y un fuerte desarraigo por saber donde estamos y quienes somos.

También me ayuda a entender que es lo lejano, por medio de las explicaciones del científico Richard Dawkins, que con su teoría del gen egoísta nos explica que desde lo único y lo individual crece la probabilidad de adaptarse mejor al medio y con ello asegurar la continuidad de lo humano como especie, sin depender en exceso de la colaboración y la cooperación.

Seguramente hay más ejemplos teóricos que nos permiten identificar lo lejano; pero lo lejano no mola, así de sencillo y de claro. No me gusta que cuando voy al médico no me mire, no se interese por lo que siento y solo mire y se interese en una pantalla de ordenador donde carga fichas de pacientes, no mola. No me gusta que cuando te acerques a una ventanilla de atención al cliente te miren, traten y hablen como si fueras una molestia, no mola. No me gusta que cuando le pido a mi entidad bancaria que me aclare dudas de una comisión cobrada, use un lenguaje difícil de entender, no mola. No me gusta que cuando tengo que hablar de un problema en el trabajo nos pongamos los guantes de boxeo para ver quien la da más fuerte, no mola. Es verdad que nos adaptamos a ello, ya nos lo aclaró Dawkins, pero si nos detenemos un momento a reflexionar nos damos cuenta de que francamente, no mola.

Acerca de lo cercano, puedo encontrar muchos autores que me ayuda a conectar, pero me gustaría explicaros una situación paradójica que me dio sentido al concepto de cercanía. Un alto directivo (Chief Executive Office) de una de las principales compañías de seguros a nivel mundial, y en plena fase de fusión con otras compañías inmensas, dentro de un escenario dantesco donde fagocitarse entre ellos es deporte olímpico; emitió un video corporativo interno a todos sus empleados. En este video introdujo un concepto mediante una palabra que a mí, como profesional de Recursos Humanos me llamó enormemente la atención, la palabra en francés, es le candeur.

¿Pero que es le candeur? Tomándolo en toda la extensión de su sentido, le candeur sólo lo encontramos en la niñez, donde no se conoce la falacia, ni el peligro de ser atacado. La naturalidad se convierte en una herramienta para decir y pensar lo que se quiera desde el corazón. Es cierto que puede indicar cierta ingenuidad, pero ser ingenuo mola porque detrás hay la buena fe, cierta inocencia, la no necesidad de disfrazarse para ser uno mismo, permitiendo ver y comprender aquellos que nos rodean.

Y esto si que mola, porque mola no desconfiar, porque mola no ser negativo, porque mola no excluir y porque mola comprometerse; con los demás.

Es curioso que le candeur y el concepto que transmite, lo haya escuchado de profesionales con una orientación muy alta a lo mercantil, a lo económico, a las decisiones calculadas y si queréis hasta frías, pero seguramente por ello tuvo más relevancia.

Así, pues le candeur, mola, porque si reflexionas te das cuenta que genera cercanía. Que un profesor te escuche y te mire mientras conversas sobre algo que te preocupa de tu hijo, pues mola. Que un médico te pregunte, se interese, te toque y adapte lo que tenga que decirte a tu estado de ánimo, pues mola. Que un profesional de la atención al cliente disfrute con su trabajo y sea capaz de informarte y ayudarte de manera auténtica, pues mola. Que un empleado de banca te explique como funciona un producto, con sus pros y sus contras, pensando más en crear confianza y menos en su comisión, pues mola.

Necesitamos estar cerca, que nuestras relaciones sean ricas, intensas, auténticas, con emocionalidad, con reconocimientos, con escuchas, por que mola. Claro que podemos actuar sin le candeur, pero en el fondo no nos mola. Fijaros en las redes sociales, son grandes motores de cercanías y lejanías, estamos cómodos sentados en el sofá de casa viendo que hacen nuestros amigos, pero seguramente no hablamos con ellos durante meses, la red social nos ayuda a conocer pero nos aleja de nuestros seres queridos, sino fijaros en los videos virales que circulan por la red de carácter emotivos y cargados de candeur (gatitos, niños, personas bondadosas), nos molan y nos emociona mucho. Utilizemos las redes pero para relacionarnos más y mejor.

Tenemos que ser capaces de dar un espacio dentro de lo líquido y de lo egoísta, al candeur y permitir que las relaciones sean más presentes. Que el candeur llegue a los jóvenes que no están viendo un futuro claro, a los clientes que buscan una atención de calidad, a la gente mayor que están asustados con la soledad con la que conviven, a los enfermos que están preocupados por su salud, a los padres que quieren a sus hijos y a los hijos que están aprendiendo a relacionarse. También a los empleados que están trabajando mucho y a los directivos que se esfuerzan en gestionar mejor cada día. Introducir pequeñas dosis de inocencia, transparencia, comprensión, escucha, estima, reconocimiento, cada uno con su estilo y de la forma más fácil posible, generan candeur. Dándonos una sonrisa, una mirada, una conversación, una caricia, un abrazo, un lo que creamos que aporta candeur, nos irá acercando.

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