EL AULA, UN ESPACIO PARA EL DES-ENCUENTRO EN LA ESCUELA Y EN LA VIDA
Cuando decimos “el lugar es clave”, comentando una experiencia satisfactoria que hemos tenido en un encuentro social, o en un restaurante, estamos reconociendo que el espacio donde estuvimos nos ha ayudado a estar en unas condiciones, y tener unas sensaciones, favorables. No es lo mismo vivir en una plaza que en una calle estrecha o en una gran avenida.
En la escuela, el aula es uno de los espacios omnipresentes para un niño y un joven. Lo acompaña durante muchos años. Allí es donde aprende a ver y a ser visto; a reconocer y a ser reconocido; a vivir y a convivir. Es uno de los espacios donde experimenta el cómo relacionarse con los demás. En el aula, le ponen en las primeras filas, o detrás; juega a esconderse o a ser visto.
Desde la infancia el aula es un espacio que se va modificando. En la primera infancia, las aulas son abiertas y se configuran según las necesidades que van apareciendo a cada momento. Es como un gran escenario para comprender y crear juntos. Es el lugar de encuentro: el ágora.
Conforme vamos avanzando, el espacio aula se convierte en más estático. El movimiento y el contacto se reducen, los grupos dan paso al individuo en filas, la red de trabajo da paso a la individualidad, uno por uno… el uno detrás del otro… No nos miramos… No podemos hacerlo si no es de reojo. Aparece el aula “fábrica”.
Es como si hiciéramos camino hacia el des-encuentro. Del ágora a la fábrica. Del “pensar y crear juntos” de la infancia, pasamos al momento de transición de la adolescencia y aparece nuestro bachillerato como la máxima expresión del sinsentido.
Experimentamos que hacerse mayor quiere decir ser capaz de estar solo, de hacer las cosas sin los demás y que el encuentro con el otro es un acto puntual y un intercambio, pero que debemos volver a “nuestro sitio” y no perder de vista que sólo hay un reto: la “nota”. Y que lograr o no la “nota” nos puede “marcar la vida”… Y empezamos a hacer cálculos de las asignaturas en las que podemos puntuar, de los profesores menos exigentes o que se pueden seducir con facilidad… Nos convertimos en estrategas de cómo llegar a la “nota”. En ningún momento sentimos el gozo de aprender.
No hay que perder el tiempo: todo lo que no es útil de forma inmediata es inútil. Aparece la economía de esfuerzos y nos encontramos hablando con los compañeros acerca de que hay que ser prácticos, estudiar lo que ha caído otros años con la única finalidad de lograr la nota de “corte”… La propia palabra causa heridas.
El paso del aula “ágora” al aula “fábrica” es como un rito de crecimiento y un reflejo de la vida que nos espera fuera de la escuela.
Después, en el mundo del trabajo, nos piden capacidades de relación, de pensamiento global, de trabajo en equipo, capacidades para innovar y cooperar.
Así nos seleccionan. Pero no hay que preocuparse: en la mayoría de los sitios te escogen por ser diferente, aunque desde el primer momento te ponen retos para que recuerdes que lo que importa son los resultados. Y para que seas lo más igual posible, trabajarás con objetivos individuales, competirás internamente para poder cobrar el máximo de tu sueldo variable y trabajarás en equipo de forma puntual para resolver problemas propios… Ah!! E irás comprendiendo que las ideas distintas, si no están alineadas con las prioridades descritas en el proyecto de empresa, no hay que perder tiempo en proponerlas; pueden ser vistas como un acto inútil o como una indisciplina.
Hay que saber lo que el profesor quiere que sepas. Hay que repetirlo con las mismas palabras. Si no, recibirás como respuesta que esta no era la pregunta.
En la vida profesional nos pedirán una baja expresión de nuestras emociones, aunque nos impartirán conferencias de inteligencia emocional y se fomentará la excelencia como una forma de mantener un estado de insatisfacción que se nos presenta como el motor de la competitividad. Nos pedirán implicación y compromiso y que la vida gire en torno al trabajo y, poco a poco, ya no tendremos horas para estar con la familia y nos desvincularemos lentamente de la comunidad.
Son cosas que ya conocemos. En las aulas no nos podemos mover, no podemos expresar sentimientos en público, a menos que nos encontremos en el taller de emociones de la semana cultural. Y hay que hacer mucho trabajo y más trabajo en casa: el esfuerzo es importante aunque impida tener un ciclo vital diario que nos proporcione tiempo para sentir y compartir con la familia y la comunidad.
Sí… algunas aulas han sido y son el espacio donde se aprende que vivir es sobre-vivir sobre el otro y no con-vivir con el otro y para equilibrar esta realidad, siempre han existido escuelas y aulas que han sido y son ágoras que nos permiten pensar y construir juntos.
La consciencia de que es necesario transformar el espacio del aula va aumentando, hoy aparece la necesidad de reconvertir el aula en un espacio donde poder mirarnos a los ojos y sentir el gozo intelectual que nos proporciona ser diferentes y comprender que, colaborando, podemos llegar a dar la nota.
Fundador i director de l’Institut Relacional | Fundador y director del Instituto Relacional.
jqf@institutrelacional.cat | jqf@institutorelacional.org | Linkedin
Me parece muy bien presentado la idea de la necesidad de volver al sentidos de la escuela… el desarrollo del individuo en su globalidad… la presencia de la empresa en el sistema educativo nos ha hecho retroceder tanto en la idea de la construcción de conocimiento desde la integralidad del ser… por eso surgen las contradicciones de en los discursos y la práctica…
La escuela es un espacio para comprender, gozar de encontrar lo común de lo diferente y aprender a convivir. Aprender solo lo rentable nos hace «trabajadores» sin sentido.
Romper con la dinámica establecida a los largo de años y años en las aulas es lo difícil, sobre todo en la mentalidad de docentes y familias, cuyo recorrido vital ha estado tan dirigido en la línea del modelo «fábrica».
En mi opinión, poco abordable a corto plazo. Las habilidades necesarias para desarrollar un modelo alternativo, tipo «ágora» han de cultivarse desde etapas tempranas, pre escolares. Y, por supuesto, teniendo en cuenta la importancia y los valores de los entornos familiares de los niños.
Aunque existen individuos y grupos con trabajo ya adelantado en esa línea, de esos que van dando la nota, no es una generalidad sencillamente porque no lo han vivido.
Habrá que aguzar el oído y afinar los violines con esa nota que nos dan.
Así es, hay mucho trabajo que hacer en la escuela y en casa, los modelos de «ágora» se aprenden en espacios donde uno es reconocido y tiene el espacio para poder ser y estar desde la singularidad. Iremos dando la nota. Gracias