El análisis y la comprensión de dos grandes ámbitos ha movido mis inquietudes profesionales desde hace años: las relaciones entre personas y organizaciones, y la gestión por valores. Más allá de su estudio e implantación, me ha preocupado y ocupado, y lo sigue haciendo, comprender la interacción entre ambos.
Lo relacional abarca todo, está en todo, impregna todo. Las personas somos seres relacionales desde incluso antes de nacer, condicionamos toda nuestra vida por la manera de relacionarnos, trabajamos con más tesón que en ninguna otra misión para lograr construir vínculos con aquellos que nos rodean. Empleamos la mayor parte de nuestro tiempo en tratar de comprender y gestionar nuestras dependencias personales y profesionales, tejemos la trama relacional familiar con todo lo que hacemos, con nuestro lenguaje, gestos, miradas, acciones, emociones. Tenemos en ello la mayor fuente de satisfacción y también de dolor. Construimos relaciones, las rompemos, las recomponemos, las fortalecemos, las cuidamos o descuidamos; estamos permanentemente reubicándonos en lo relacional, consciente o inconscientemente.
Lo mismo les ocurre a las organizaciones. Las dinámicas internas de relación activan, demoran, frenan o aceleran su funcionamiento, permitiendo o impidiendo que se logran los objetivos planteados. Cuando una organización tiene un punto de bloqueo, alguien pronuncia la frase mágica: “tenemos un problema de comunicación”. Sin embargo, vestimos de comunicación lo que casi invariablemente es un problema de relación entre personas y/o departamentos.
En la vertiente externa, no son muchas las organizaciones que se han preocupado por identificar, priorizar, conocer y escuchar a sus grupos de interés. Esta es una de las grandes paradojas empresariales: se diseñan y gestan políticas y acciones para cautivar y fidelizar a determinados colectivos, pero no se les consulta ni se les implica, perdiendo así la oportunidad de asegurar el sentido y la eficacia de lo que se lleva a cabo. Aún hay un cierto egoísmo corporativo en lo que se refiere a la gestión de grupos de interés o stakeholders, primando el interés de la organización frente a la posibilidad de conciliar posturas, y estar sinceramente abierto a lo que pueda plantearse desde fuera de la empresa. Las relaciones con los grupos de interés solo pueden abodarse desde la humildad, la valentía, y la confianza, y esto aún les cuesta a las organizaciones. Todavía se piensa en muchas empresas que dentro lo tenemos todo, lo sabemos todo, y lo podemos todo.
Los valores, segundo ámbito al que aludía al comienzo, son fáciles de nombrar y comunicar. Hablamos de la crisis económica mundial que no ha sido económica, sino de valores. Usamos conceptos como confianza, sostenibilidad o innovación, hasta gastarlos y vaciarlos de significado. Exhibimos, tanto las personas como las organizaciones, los valores que nos diferencian; sale barato hablar de respeto, de libertad, de transparencia. Pero detrás de las palabras están los miedos, las miserias y las incoherencias. Cada día también en esta cuestión pasamos tiempo, y no lo vemos. Nos quedamos, muchas veces, en la zona cómoda, la del debate. Cuando en realidad, los valores, sino te cuestan algo, no son nada. Si son reales, entonces encontrarás, como persona y como organización, que se traducen en determinadas renuncias.
Y… ¿qué tiene que ver una cosa con otra? La gestión consciente de lo relacional está guiada y ordenada por nuestros valores, aunque en un plano no consciente. Es desde los valores que establecemos los límites, y con ello protegemos nuestras relaciones, evitando que lleguen a entrar en zonas oscuras donde todo vale o donde se invade, se pone en riesgo, o se abandona una relación. Las personas que son capaces de construir relaciones de confianza, transparentes, honestas, han logrado hacer de la confianza, la transparencia y la honestidad una forma de relacionarse, y han tomado la decisión, desde esos valores, de hacer determinadas cosas, y renunciar a otras. Las organizaciones que declaran sus valores en sus páginas web y documentación corporativa y gestionan las relaciones con sus grupos de interés desde otros valores diferentes, no logran construir un modelo relacional sostenible ni creíble en el tiempo. Y nuestra sociedad se lo permite más que a las personas.
Cuando una organización escoge sus valores, debería también hacer la reflexión acerca de si está preparada para relacionarse desde ellos, comprendiendo las consecuencias prácticas que tiene, respecto de sus diferentes grupos de interés, ser (por ejemplo) transparente, innovador, ágil, íntegro, o inclusivo. Conviene además que analice si relacionarse de esa manera le permitirá alcanzar sus objetivos, ya que con determinados valores y comportamientos no se pueden lograr determinadas cosas, al menos no fácilmente o por el camino más rápido.
Progresando en esta línea, una organización, como una persona, haría bien en analizar a priori las renuncias a las que le llevarían sus valores, para abordar su modelo relacional con esta consideración, y no entrar en territorios de negociación con sus grupos de interés en los que los valores puedan verse dañados. Dicho de una manera más gráfica, es útil conocer de antemano cuál es el presupuesto de incoherencia que estamos dispuestos a asumir para construir o fidelizar una relación.
Desde esta consideración, que no deja de ser una visión personal, los valores son la esencia de la configuración relacional, y lo relacional es la manifestación externa y concreta de nuestros valores. Los valores no son más que conceptos vacíos si no se traducen en límites, y sin límites las relaciones no son sanas ni pueden sobrevivir. Comprenderlo es proteger y afianzar el entorno personal, y organizacional.