La pandemia ha puesto en evidencia que, si el entorno se modifica substancialmente, no podemos seguir haciendo lo mismo de siempre. Sin embargo, no podremos alcanzar la credibilidad y legitimidad para el cambio sin antes cerrar un ciclo. La idea ilusoria de que volveremos al punto de partida nos convierte en ilusos indefensos, atrapados por el miedo que nos genera la incertidumbre.
Cuando las certezas que nos daban seguridad se desvanecen necesitamos construir otras para volver a sentirnos seguros. Por ello debemos aceptar que el momento actual nos está enseñando un futuro distinto, pues, si algo nos recuerda el día a día de la pandemia, es nuestra interdependencia. Si descuidamos a los otros, nos descuidamos a nosotros mismos; una realidad que muestra la necesidad de la cooperación como salida para estabilizar la situación y construir un futuro compartido.
Si el cierre de una forma de vida solo lo sentimos como pérdida y sufrimiento, nos bloquearemos. Tenemos que caminar con las fortalezas que hemos generado y las vulnerabilidades descubiertas, convertir los limites en guías para construir nuevos caminos. Necesitamos una emocionalidad positiva para seguir construyendo.
Los últimos meses nos han hecho aflorar lo mejor y lo peor. En el caso de las organizaciones, sus lados oscuros y luminosos, las tendencias innatas a estar en el reconocimiento y en la satisfacción de lo hecho o en la búsqueda constante de lo que falta y la insatisfacción.
Para concretar acciones que regeneren las organizaciones y la gobernanza de las instituciones en las que trabajamos y convivimos, es necesario clausurar la verticalidad, la homogenización, la centralidad y la acumulación, y estrenar la corresponsabilidad, la singularidad y la red humana que nos sostiene; renunciar para poder inaugurar una nueva forma de reconocernos y organizarnos.
DE LA VERTICALIDAD A LA CORRESPONSABILIDAD
Las organizaciones que se resisten a «cerrar por inauguración» lo hacen porque quieren preservar una forma de autoridad que se basa en que un grupo de personas llamado Dirección se creen con la exclusividad del saber y el conocimiento para valorar lo que pasa, lo que se necesita, cómo hay que actuar y la información que los otros deben manejar.
Hasta ahora el paradigma ha sido mantener una única autoridad vertical que se alimenta de prácticas paternalistas y patrimonialistas, perpetuando la autoridad en este grupo reducido de personas que, progresivamente, se van desconectando de la cotidianidad comunitaria de la organización, de lo que sienten las personas que la componen y, sobre todo, pierden consciencia de cómo son percibidos como dirección.
La consecuencia es una desvinculación e incredulidad creciente por parte de los profesionales, emergiendo conductas de descalificación y confrontación que pueden acelerar una destrucción silenciosa. El antídoto es la corresponsabilidad activa, o sea, dar responsabilidad y autoridad a los profesionales para que puedan hacer, y para ello hay que generar:
· Confianza. Hay que creer que los profesionales de todos los niveles de la organización saben, tiene cosas que decir y quieren hacerlo bien. Las personas quieren sentirse dignas y que las dignifiquen, por tanto, quieren y necesitan sentir que creen y confían en ellas.
· Espacios de trabajo autónomo. Horizontales, con capacidad de decisión y autonomía de acción, normalizando la discrepancia y orientados a resultados.
· Máxima transparencia, meritocracia y equidad salarial.
· Reformulación de los órganos de gobierno corporativos e institucionales.
Los órganos de gobierno son una expresión de cómo se entiende la organización a sí misma, cómo los grupos que ostentan el poder se organizan para controlar, ordenar, facilitar y hacer viable el proyecto. Estos deben ser reconocidos como útiles y necesarios y, sobre todo, tienen que transmitir credibilidad. Sin credibilidad no hay autoridad, solo el cumplimiento desde la supeditación para sobrevivir.
En su reformulación, los órganos de gobierno tienen que:
· Responder a dos ejes: simplicidad y esencialidad.
· Ser operativos. Pueden ser permanentes o no, ya que es la tarea la que los instaura. Su finalidad es coordinar y ordenar la tarea para llegar a los resultados esperados.
· Ser funcionales. Los profesionales están por su aporte profesional, no solamente por una lógica de representación de niveles de autoridad. Se busca la eficiencia a través de la complementariedad de perfiles y conocimientos necesarios para obtener objetivos.
DE LA HOMOGENEIDAD A LA SINGULARIDAD
Somos singularmente iguales. Hacer diferencias no implica generar desigualdades. Las desigualdades se generan por una práctica abusiva de la diferencia por parte de quien ejerce el poder en una situación determinada.
Convivir desde la singularidad es organizarse desde el reconocimiento del aporte específico que cada profesional hace.
Reconocer la singularidad da paso a la complementariedad y viene a reforzar que, aportando desde nuestras fortalezas, permitimos que los otros nos complementen y que las tareas y la convivencia mejoren sustancialmente.
Singularizar es identificar quién tiene el conocimiento necesario para cada momento. Para dar respuesta hay que estar al tanto de lo que sabemos y lo que no sabemos, desterrando la creencia de que el conocimiento está organizado por niveles de autoridad. Esto último es lo que ha generado muchos profesionales invisibles, que ahora tienen que emerger, creando espacios en donde puedan ser y hacer.
Gestionar la singularidad es tomar decisiones distintas para personas en situaciones distintas. Es dejar de pensar que el «todos iguales» es la expresión de la equidad, pues en demasiadas ocasiones se ha utilizado el supuesto igualitarismo para mantener privilegios y disminuir amenazas.
La variabilidad de saberes, procedencias, formas de ser y de vivir generan una dinámica que hace emerger la capacidad de construir respuestas delante de situaciones complejas. La mediocridad de los esclavos con corbata o sin ella, que se protegen en sus cargos adquiridos por redes de favores, queda al descubierto, y cada vez tienen más dificultad para evitar que fluya el gozo de construir proyectos que nos permitan convivir en una realidad más incierta.
DE LA CENTRALIDAD A LA RED
Hay que pasar de la centralidad a la red, delegando responsabilidades a quienes mejor las puedan realizar, estén donde estén. Las organizaciones que están en cierre concebían la unidad de acción en el mismo espacio/tiempo, pero, si queremos inaugurar un proyecto de futuro, hay que dar espacio de visibilidad a toda la organización y generar espacios de decisión para todos en diferentes lugares.
Hoy es posible tener responsables que coordinen las acciones que afectan a toda la organización en un espacio/tiempo que no sea el del corporativo central. La mirada de la complejidad es poliédrica y la respuesta a la incertidumbre es la anticipación y acción.
Para ello debemos incorporar muchas miradas de distintas realidades territoriales y funcionales. Debemos aceptar que no lo sabemos todo, ni falta que hace, y que la visibilidad de todos nos permite conocer lo que cada uno puede aportar.
Las organizaciones son gran desconocedoras de lo que se hace en su interior. Entre departamentos y territorios de una misma organización ignoran qué se aportan mutuamente y, así, no pueden re-conocerse. Si no se reconocen se invisibilizan mutuamente, en demasiados casos de forma deliberada, para evitar ser vistos por los representantes de la autoridad central.
Se hace necesario visibilizarnos, conocernos y reconocernos con trasparencia y valentía para construir una organización en red, comunitaria.
DE LA ACUMULACIÓN A LA RENUNCIA
La situación actual requiere renuncias personales, y estas deben reflejarse en las renuncias organizativas y en los modelos de gobernanza.
Renuncias de privilegios acumulados, de modelos de éxito basado en el crecimiento permanente y la acumulación de bienes, de la desconexión de la naturaleza y de la inconsciencia colectiva frente al impacto devastador de nuestros modelos de desarrollo económico y de nuestros patrones de consumo superfluo y convulsivo.
Nuestra identidad como personas y como especie humana está en encontrarnos con el nosotros, además de poder ver y encontrarse con quienes nos rodean para, juntos, construir fututos que nos permitan generar riqueza compartida.
Renunciar a lo viejo para aceptar lo nuevo. Dejar ir para dejar llegar. Necesitamos valentía para cerrar y alegría para establecer nuevas formas de organizarnos que nos permitan ver, reconocer, actuar, decidir, gobernar y relacionarnos de una forma distinta, mejor, responsable.
Fundador i director de l’Institut Relacional | Fundador y director del Instituto Relacional.
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