Pareciera que hubiéramos estado disfrutando de un fantástico baño en la playa, saltando las olas, despreocupados, jugando, riendo y charlando unos con otros. Y un día bajó la marea de repente. Entonces, todo quedó al descubierto, como si algunos hubieran sido sorprendidos no sabiendo moverse sin el agua alrededor, como si otros, de pronto, no llevaran traje de baño; como si, sin la protección del mar, nos quemara el aire y el sol en la piel. Todo ha quedado al descubierto el día en que el virus nos invadió y el confinamiento nos puso delante de la VERDAD, esa que estaba ahí, pero no se veía ni se intuía ni se podía imaginar. Quizá era más cómodo no hacerlo.
La verdad se ha puesto a pasear libremente a nuestro alrededor, lo que no podemos hacer los humanos. Ella sí, se pasea arriba y abajo, para allá y para acá, toda chula, y casi se la puede oír reírse, hasta burlarse de nuestros rostros, de nuestra sorpresa, de nuestra impaciencia. «Os empeñabais en esconderme –dice- ya debíais saber que yo tarde o temprano salgo, siempre».
«La verdad parece compleja porque es universal, infinita y eterna, pero, a la vez, resulta extremadamente sencilla; si se la contradice más de tres veces, te pega un sopapo», decía alguien. Hoy hablamos de las dos, de las complejas y de las sencillas verdades, y de lo poco preparados que estábamos para recibirlas.
De pronto se presentó la verdad de lo que nos une y de lo que nos separa. Hemos descubierto de qué están hechos los vínculos que nos habíamos construido en nuestras relaciones. Vemos cómo recibimos u ofrecemos más apoyo con personas a las que no habíamos identificado en la primera línea de confianza. ¿Qué pasó? ¿Teníamos unas prioridades equivocadas? ¿Acaso no reconocíamos a las personas como realmente son? ¿Colocamos etiquetas de manera rápida y poco consciente, asignando roles y presuponiendo la respuesta que unos y otros nos darían en caso de necesitarlo? Hay una reflexión interesante que dice así: ¿a cuántas personas podrías llamar pidiendo ayuda a las cuatro de la madrugada si estuvieras en apuros? Esto es parecido. La verdad de los vínculos, frente a frente. Todos hemos descubierto la fragilidad de algunos vínculos y la solidez de otros. La verdad de la amistad, la materia prima de la que está hecha, ese sentimiento sereno y transparente invadido de confianza. Hoy sentimos con quién tenemos afinidad, con quiénes se ha construido el vínculo más sólido, y anhelamos encuentros de gran intensidad vital con personas que nunca hubiéramos pensado. Nosotras, las que escribimos, lo hacemos desde ese vínculo re-descubierto.
Hoy nos saluda la verdad de la convivencia familiar, cuando se comparte un espacio limitado, las horas son largas y las necesidades múltiples. Padres madres e hijos que llevaban años sin comer juntos, hablar o jugar a las cartas. Donde había unas bases sólidas, la verdad las ha hecho brillar; pero donde había falsa armonía, también la verdad ha hecho su trabajo. En esa convivencia, la verdad también ha desvelado lo necesario, tanto en lo material como lo inmaterial. Cuando todo es lo mismo que era antes y ahora, bañado de verdad, parece nuevo, diferente, a veces más pequeño, a veces más grande, a veces más viejo o más nuevo, más útil o totalmente absurdo. El confinamiento está actuando como si nos hubiéramos puesto unas gafas distintas, de pronto uno echa de menos algunas cosas y echa de más otras. Y uno se pregunta cómo es posible que nuestro espacio físico esté lleno de cosas que ahora nos sobran, en qué estábamos pensando cuando les dimos espacio en nuestra vida, con lo valioso que es el espacio.
La verdad también está sorprendiendo con los hábitos: la lectura, la bebida, la comida, el estudio, el sueño, el sexo o el deporte. Si damos un paseo por las redes sociales veremos qué rápidos somos criticando y hasta haciendo burla de los hábitos de otros (solo los nuestros son los adecuados) y cómo la gestión de los hábitos habla de nuestra disciplina, compromiso y voluntad.
Nos invade la verdad del valor de las profesiones, más allá del debate de la primera necesidad. La verdad de quienes cuidan nuestra supervivencia física como sanitarios, transportistas o empleados del sector alimentación; y también la verdad de quienes cuidan nuestra supervivencia social, aquellos que favorecen nuestros encuentros: bares, restaurantes y otras profesiones tan necesarias de otra manera y tan dañadas por la situación. La verdad del consumo y la estética, ropa, peluquerías. La verdad de la primera necesidad. También la verdad nos ha mostrado los haceres de muchas profesiones, ahora en las casas las personas descubren qué hacen sus padres, lo que hacen sus parejas, a qué se dedican cuando no están con ellos. Y los trabajadores también se enfrentan a la verdad del manejo de herramientas; somos varias generaciones detrás de una pantalla y los jóvenes nos están enseñando lo que ellos ya dominaban.
Se nos ha presentado la verdad de la Educación, tanto familiar como escolar. El cole virtual, las clases de la universidad, la influencia de un maestro que es capaz de mantener una relación próxima y productiva con sus alumnos. Y cómo aquello que siempre fue accesorio en la enseñanza mantiene a los chavales y a los adultos activos y conectados en el confinamiento: gimnasia, música, pintura, manualidades.
Nos saluda también la verdad de los tiempos en el trabajo, del presencialismo, de la eficiencia de las reuniones de cinco horas sin ningún objetivo concreto, de la necesidad de controlar los horarios del empleado porque no se confía en ellos ni en su productividad, la verdad de los 16 comités ejecutivos para gestionar 16 supuestas cosas estratégicas, o las otras cosas que no requieren de ningún comité porque no eran importantes, hasta que llegó la VERDAD: el bienestar psicosocial del empleado, la digitalización, la responsabilidad social, el voluntariado, la comunicación interna y todo aquello que la verdad ha decidido que, ahora, sea VERDAD.
Otra verdad, la verdad del autocuidado: nuestra forma de cuidarnos y vigilar nuestra salud y alimentación, nuestra higiene y nuestra imagen. Como reza la canción de Alejandro Sanz, «cuando nadie me ve…». La verdad te dirá si vives solo si has bajado la guardia, porque nadie te ve. Y la verdad te dirá si nadie incluye a las personas con las que convives. Si te abandonaste, es que nadie te ve. ¿A quién incluye tu nadie? Se pasea la verdad a sus anchas, la verdad del orden, de la limpieza, de los peinados, de las ropas, del pudor o no pudor a mostrarnos tal cual.
Una de las verdades más potentes al descubierto es la verdad de nuestra necesidad de afecto físico, nuestra necesidad de ser tocados, abrazados. Las personas, a estas alturas, empiezan a soñar, literalmente, con abrazar a sus seres queridos, con el reencuentro que anhelamos, con la celebración de la vida. Y también hay verdad en nuestra privacidad física, ese control selectivo del acceso a uno mismo, con un sentido bidireccional de entradas y salidas, de difícil manejo y de intensa reflexión.
Muy visible y ruidosa es la verdad de la solidaridad humana, con aplausos o sin ellos, la de un taxista que lleva desinteresadamente a los sanitarios al trabajo, la de un vecino que hace la compra a otro, la de los voluntarios de cualquier organización, la de las empresas que aún en situación complicada donan tiempo, dinero, recursos, cosen mascarillas, etc. La verdad nos debe llevar a no olvidar a esas empresas cuando tomemos decisiones como consumidores el día después. Y la triste verdad de la insolidaridad, de la que es mejor no hablar. Y es que la verdad tiene esto, muestra lo mejor y lo peor, la verdadera naturaleza solidaria o mezquina de las personas.
La verdad, como un poderoso desinfectante, nos muestra la verdad de la mentira. Cuántas mentiras que han quedado a descubierto, cuántas mentiras se han esfumado como el virus ante la desinfección. La verdad de lo que se puede esperar y lo que no, de quien estaba y de quien no, de quien te busca y quien no, de quien te cuida y quien no, de quien te extraña y quien no.
Y ahora, que ya tenemos todas las verdades, que conocemos nuestros sinvivires, solo queda aceptar que, como nos cantaba Serrat, «nunca es triste la verdad, lo que no tiene es remedio».
AUTORAS: SUSANA DE LOS REYES Y ESTHER TRUJILLO, MIEMBROS DEL CONSEJO DEL INSTITUTO RELACIONAL