Primero fue Alan Kurdi. El niño sirio de tres años fue fotografiado sin vida en la orilla de una playa griega cuatro años atrás. La escena recorrió el mundo, mostrando la peor cara de la crisis migratoria en Europa. Mucho se dijo, poco se hizo. Ahora, es el retrato de Óscar Martínez y su hija Valeria el que nuevamente enrostra aquello que no queremos ver. Sus muertes no son un accidente ni un acto puntual en el tiempo, sino el síntoma de un problema general, sistémico, del que nosotros también formamos parte.

Estas imágenes son una expresión de cómo nos relacionamos los humanos entre nosotros; cada vez menos tienen más que el resto. El planeta Tierra, entendido y visto como un sistema global, genera dinámicas constantes de equilibrio y desequilibrio. Para obtener recursos tecnológicos necesitamos extraer materia prima en países africanos y latinoamericanos que se van empobreciendo a medida que nosotros crecemos.

La riqueza y el desarrollo generan espacios constantes de pobreza, pero en «otro» lugar, en «otro» momento, en «otras» personas. Así escondemos las consecuencias de nuestros actos. Nos alimentamos de países donde hay unas condiciones laborales infrahumanas, y olvidamos que, cuando compramos un producto, también compramos las condiciones laborales en que se elaboró y se produjo.

La familia Martínez Ávalos venía de El Salvador y, como la mayoría de quienes dejan sus hogares, buscaban una mejor vida, lejos del miserable y violento legado que dejó la guerra civil en su país. Óscar ganaba apenas unos 300 euros mensuales.

Normalmente, el «sistema Tierra» se expresa a través de las zonas y las personas más débiles de cada momento histórico. Y cuidado, lo mismo ocurre en las organizaciones y en las familias. Por eso debemos denunciar y actuar, porque cuando el cuerpo de un niño es arrastrado por las olas, cuando una niña llora de miedo mientras detienen a su madre en la frontera, cuando un padre yace ahogado junto a su hija, todos y todas estamos en la foto.

La insensibilidad no soluciona el problema, pues rebaja los actos de desequilibrio a meras consecuencias «dentro del marco legal». Por ello, que las políticas públicas de los Estados Unidos o los países europeos den cabida a estas situaciones debería indignarnos, pues así empieza la deshumanización: invisibilizando y desconociendo al que está retratado; invisibilizándonos y desconociéndonos.

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