Acaba de cumplir su primer año y ya tiene 44 mil seguidores (y sigue sumando). La cuenta de Twitter @JobsMierda, que comparte las peores ofertas de trabajo en España, ha tenido un fuerte eco entre jóvenes que, ante los altos índices de paro, deben optar por empleos burdamente precarios.
Todo comenzó con una conversación entre amigas. Fue así que la periodista Alejandra de la Fuente cayó en cuenta de que su dificultad para encontrar trabajo era también una realidad para muchas otras personas. Pero el problema iba más allá de la falta de ofertas; eran las condiciones de las mismas que, según declara en una entrevista a La Sexta (ver vídeo), te hacen «ser un esclavo del trabajo y que no puedas permitirte hacer algo que a ti te haga feliz».
Aquí algunos ejemplos que ilustran lo que quiere decir:
Estos señores buscan un matrimonio ESPAÑOL para que curre para ellos por 0,25 céntimos por kg de ajo cortado. Además, dicho matrimonio, tiene que alquilarles la habitación por 250€ al mes + gastos.
— Mierda Jobs (@JobsMierda) May 10, 2019
Lean la oferta completa. pic.twitter.com/kekcLaFRyA
Pues sí, en esta empresa pagan a periodistas 2 euros por pieza. ¡2 EUROS!
— Mierda Jobs (@JobsMierda) July 11, 2019
Además, buscan un redactor freelance que pueda facturar por lo que los 2 euros SON BRUTOS.
Aquí os dejo la página, la oferta y las condiciones…https://t.co/saCKuzmFfD
Somos una empresa muy guay que buscamos a una persona que tenga formación en marketing, que sepa castellano, catalán e inglés. Queremos que sepa trabajar bajo presión pero pagamos cinco euros la hora. ¡Así me gusta! pic.twitter.com/gdZDkoHuNw
— Mierda Jobs (@JobsMierda) August 14, 2019
Lamentablemente, los curros de mierda son más comunes de lo que quisiéramos. Y los efecto se vienen notando hace años: demora en la edad de emancipación, aumento de los pisos compartidos, personas con dos o más empleos, eternización de los contratos de becarios, trabajos sin contrato y un largo etcétera que, sobre todo, la generación entre 18 y 35 años bien conoce.
Con el tiempo, la cuenta se ha transformado en una plataforma de denuncia y concientización sobre la precariedad, dando cuenta de un fenómeno que se corona con 2,6 millones de trabajadores pobres y la naturalización de la pobreza.
«No es lo que hay»
En Bilbao, alrededor de 40 jóvenes se asociaron en torno a una certeza: «no es lo que hay». Esta frase, que hace referencia a una salida activa y positiva del problema de la precarización, se transformó en el lema de Eragin, también conocida como la Asamblea de Jóvenes Precarizadas de Bilbao.
Su primera lucha fue contra los salones de juegos. Al ver que sus principales usuarios eran inmigrantes y personas pobres que, ante la ilusión de ganar, jugaban lo poco que tenían, entendieron que había un deber moral en tratar la ludopatía como una enfermedad y no como entretenimiento. Pensaron en prohibir la publicidad de las apuestas deportivas y el permiso a menores de edad, pero finalmente propusieron alejar estos lugares del radio de las escuelas. Y aunque el ayuntamiento no ha realizado ninguna acción, el grupo marcó un precedente.
Su preocupación continuó y escaló. Notaron que la vulnerabilidad estaba presente en muchos otros sectores, como la hostelería. A partir de varias reuniones, lograron empoderar a algunos trabajadores que crearon carteles reivindicativos para concientizar a sus colegas sobre derechos básicos de sus puestos. El resultado: tres de ellos fueron multados con 2,250 euros cada uno por pegarlos en la vía pública.
Pero eso no los detiene. Por el contrario, tienen previsto realizar unas jornadas de trabajo a la que asistirán personalidades del mundo político y económico. “Está quedando claro que la lucha y la organización de forma colectiva trae sus frutos y que es el único camino que hay para hacer frente”, dice Mikel Ruiz, miembro de Eragin, en entrevista con El Periódico.
La riqueza de la dignidad
Parte del problema pasa porque no hacemos un mea culpa: año a año hacemos creer a miles de adolescentes que en unos exámenes se juegan la vida; les obligamos a elegir una carrera profesional bajo el discurso de felicidad y calidad de vida; exigimos postgrados y, por supuesto, altos estándares académicos. Al final de todos esos años de preparación, les decimos que están sobrecalificados o les falta experiencia. Vivimos en la inconsecuencia, y nadie se hace cargo.
Luego, el Estado habla de cifras, pero el paro y la precariedad tienen nombres. Se llaman Elena, Carles, María, Julio y Emma. Se llaman como tú, como tu familia, como tus amistades. Esto es lo que permanece invisible ante sus ojos y lo que genera mayor distancia entre la ciudadanía y el mundo político.
Porque el problema va más allá del dinero: se trata de ganas sofocadas por la falta de oportunidades y de sueños frustrados por la incertidumbre. Se trata de una promesa que, como país, no estamos cumpliendo, y de millones de personas decepcionadas ante un panorama sin solución en el corto plazo. Reconocimiento es entender que la discusión no es sobre euros, es sobre dignidad.